Cuánta más belleza, más fuera del tiempo y de la pena, más inmortales.

14 octubre 2016

Memorias de jabón







Hace unos días volví a ver por enésima vez “Memorias de África”. Luego me entretuve buscando información en Internet sobre la mítica escena de la selva: cuando Robert Redford le lava y aclara el pelo a Maryl Streep. Había diversas interpretaciones y matices sobre el lenguaje cinematográfico y narrativo de la escena, pero todas ellas unánimes en cuanto que se trata de una escena tremendamente sensual (acaso erotizante) cuando no romántica.

La memoria tiene un inmenso poder asociativo, es curioso cómo un hecho insignificante es capaz de traerte a la mente un recuerdo que parecía disuelto en el olvido (donde no habitan los recuerdos amados). Era verano, un pequeño grupo de amigos habíamos ido a bañarnos a La Llana, una playa semidesierta con hermosas dunas, junto a las salinas. Ese día vino Pedro, un estudiante de primero de Medicina, y trajo consigo a un amigo de Málaga que tenía invitado en su casa. Nos zambullimos todos en el agua, al rato los chicos se metieron mar adentro para bucear en las rocas y las chicas salieron del agua a tomar el sol en la arena. Yo me quedé a remojo (me gusta pasar horas en el mar, hasta que se me arruga la piel, en eso no he cambiado) con el amigo de Pedro, de cuyo nombre aunque quiera no puedo acordarme, sólo recuerdo vagamente sus ojos azules y su pelo negro ensortijado. En el breve espacio de tiempo que nos quedamos solos saltó la chispa de la atracción mutua, una chispa mojada por una prudente distancia en el agua, pero viva ¿acaso alentada por una extraordinaria simpatía, por una extraña y sugestiva conexión, por compartir la vista de unas hermosas dunas, por la sensación física del roce de las miradas? Pasado un rato el chico salió del agua y regresó con un botecito verde con tapadera blanca en la mano. Era inconfundible, se trataba de Edelmira, un conocido champú específico para lavar el pelo en agua salada, el único champú que hacía espuma en el mar (al parecer, otros no) dejando el cabello resplandeciente (detalle que sé que resulta apasionante). Para nuestra sorpresa el champú no hizo la reacción química esperada, se cortó sin hacer ni una pobre pompa de jabón, era como si su cabello escupiese el producto. Nos entraron ganas de reír. Lo hicimos. Sin saber por qué, con toda naturalidad, me ofrecí a lavarle el pelo y él se puso de rodillas delante de mí para facilitarme la labor. Cogí el bote de Edelmira que flotaba en el agua y repartí el producto por su cabello. Rápidamente comenzó a surgir la espuma entre mis manos. Le lavé la cabeza con suavidad, masajeando con la yema de los dedos cual avezada peluquera, pero con una lentitud impropia; le aclaré el pelo una y otra vez, y otra vez, hasta perder la cuenta, atrapados cómo estábamos por la intensidad de la sencilla y deliciosa sensación del contacto físico entre su cabeza y mis manos. Embargados por un extraño sentimiento, el tiempo se deslizó en un mar de espuma, entre la piel y la claridad: unos instantes o una eternidad. No sé.

Nunca le pregunté a Pedro por él. Nunca me acordé de aquello hasta que hoy, contemplando la belleza de la playa en otoño mientras pensaba en Memorias de África, me he visto sorprendida por la fuerza de la sensualidad en un lejano recuerdo de siluetas juveniles a contraluz, en un mar salpicado de pompas de jabón.



4 comentarios:

Luilly dijo...

Es curioso, esa imagen tan sensual que pasa inadvertida en sus pequeños detalles. Me ha recordado la conversación con una amiga al día siguiente de proyectarse en televisión. ¿la clave? La escena posterior del charco, que poco a poco, se va formando mientras Redford derrama el agua con la más absoluta delicadeza por el pelo de Meryl. Todo ello, armonizado por el color de un paisaje salvaje y hermoso, bañado por la sensualidad y el erotismo.

gorrioncito dijo...

Aunque muy esporádico, no perdí contacto con Pedro (el estudiante de medicina). Se casó dos veces y después ha tenido varias parejas, la última es una chica veinte años más joven. Es un reputado médico homeópata para el que toda enfermedad tiene su origen en un impacto psíquico o en una alteración emocional. Pero, es médico.
Es curioso cómo una cosa lleva a otra. El recuerdo surgió una mañana de otoño paseando por la playa. Desde que soy asmática me he hecho adicta a la playa y casi todos los fines de semana voy a Campoamor, donde el mar siempre es precioso y el aire húmedo me limpia los bronquios. He dejado el tratamiento de la medicina tradicional, harta de inhaladores y corticoides. Si existe una solución en lo natural, voy a buscarla. La hay. Se enciende la bombilla, se cierra el círculo... And the winner is:
Pedroooooooooooo!!!!!

-Luis, mola tu comentario! Muchas gracias. Un beso

-Lobezno: Ésta es la ecuación:
Memorias de Africa+(Asma+Playa)=Recuerdo+(amigo de Pedro)-(amigo)+(Pedro)= Me curo el asma!!!

Jejeje, Beso

lobezno dijo...

Jajajajajaja.

Me acojo a la Quinta enmienda para no decir nada sobre la homeopatía y otras medicinas "naturales" (aunque bien visto el adjetivo es adecuado: naturales a la innata necesidad de robar de algunos seres humanos, y de ser robados de otros: si el tal Pedro tiene suficiente talento para pillarse a una veinte años más joven, vendiendo agua del grifo y otras magufadas tiene que ser un artista).

En cuanto a la ecuación, ¡es más para Freud que para Gauss! Pero espero que la solución final sea correcta. De todas maneras ya sabes que a mí el asma me parece atractiva (da un sugerente toque de fragilidad; volviendo a Freud, estoy casi seguro de que esta tontería que me viene a la cabeza con el asma es por alguna peli en la que salía alguna actriz con inhalador de la que me enamoré; y ahora, tiempo después, vivo esa atracción en la realidad: ¡estás siendo mi "amigo de Pedro"!).

Cuídate mucho (y si ves que el placebo -digo, la medicina natural- no funciona, por Dios, vete al MÉDICO a que te recete un buen inhalador).

Beso.

Unknown dijo...

Eeesooo ahii. Ahii