"... Lo
más hermoso de los sueños son los increíbles encuentros de cosas y gentes que
en la vida normal jamás se encontrarían; en un sueño, una barca puede entrar
por la ventana de una habitación..." M. Kundera
Es mediodía, apenas hay
gente. Decoración exquisita, funcional y minimalista. Se escucha el hilo
musical con buen sonido. La tienda es muy grande, pertenece a una cadena
francesa especializada en ropa exclusiva y original, toda ella está
cuidadosamente colocada y expuesta a lo largo y ancho del establecimiento, un
lugar especialmente concebido para personas con alto nivel adquisitivo que
disponen de poco tiempo pero gustan de colgar en sus armarios prendas de diseño
y tejidos nobles.
Man la observa a través
de un enorme espejo. Ella -unos metros de espaldas a él- está leyendo atentamente
la etiqueta de una blusa de seda beige, se siente observada, levanta la vista
hacia el espejo y descubre el rostro sonriente y sumamente atractivo del hombre
que está tras ella. Hay un juego de miradas a través del espejo, él le hace un
gesto afirmativo con la cabeza dando su aprobación a la blusa. Ella le guiña el
ojo y se echa a reír. Él le sonríe. Su sonrisa es extraordinariamente pícara y
cautivadora. Se conocen bien, se reconocen, se saben, pero es la primera vez
que se ven en persona. La casualidad ha querido que –por motivos laborales- hayan
coincidido en Madrid en las mismas fechas y han elegido para su encuentro un
lugar “neutral”, aséptico, desconocido para ambos. El lugar idóneo salir por la
puerta en cualquier momento. Pero también existe la posibilidad de que salgan
de allí juntos.
Continúan sus compras,
recorren detenidamente la tienda, se miran de reojo, se acechan... Esta vez es
Man el que sostiene en la mano un pantalón de vestir azul marino con una trama
pequeña de cuadros, casi imperceptible. Le gusta ese color por lo que tiene de
mar y de azul, quizás por el nombre y por su sobria elegancia. Es ella ahora la
que le está observando desde un rincón, tiene la mano derecha extendida y levanta
su dedo pulgar en señal de acierto en la elección de la prenda.
Se acercan uno al otro,
de forma casual, atraídos como imantes. Se encuentra frente a frente con ella,
que lo mira fijamente con sus ojos brillantes, pasan unos minutos en silencio recorriéndose
insolentes con la mirada,
—Sabes, quería... —dice él dominando la
situación—, me gustas Helen eres la mezcla perfecta de pasión,
afecto y deseo”.
Ella piensa en ese
momento que la vida es demasiado corta para no enamorarse cada día, pero guarda
silencio meditando lo que va a decir, calibrando las palabras que le salen del corazón,
tratando de filtrarlas por las fuentes de la razón. Por eso Helen siempre es
impredecible.
Se dan la mano con una sonrisa, es la
primera vez que se tocan. La mujer le acaricia la cara con ternura.
-Tal vez no ha sido una buena idea, dice
ella. Vuelve a acariciarlo, le sonríe y se aleja.
Man se equivoca al
pensar que se trata de una sutil despedida. No sabe qué hacer. Desconcertado se dirige a los probadores llevando en la mano el pantalón que ella le señaló.
Los probadores son amplios, forrados de espejos, de los que se aíslan con una
simple cortina sino con una puerta de madera. ¿Qué pasará cuando salga de allí…
continuará en la tienda… se habrá marchado? A los pocos minutos alguien llama
suavemente a la puerta. Parapetado tras ella la abre y asoman la cabeza... ¡Es
Helen! lleva en la mano la camisa que él le señaló, y en un movimiento rápido y
ágil de perfil se cuela entra en el probador. Él la observa interrogante,
agradablemente sorprendido…
-¿Nos probamos?, le
dice Helen señalando las prendas de vestir con evidente doble sentido.
CONTINUARÁ