El balcón da a la plaza, la vista que ofrece es alegre. Cae la tarde. Sólo se escucha el rumor de la lluvia y el sonido del papel cuando pasas las hojas del periódico. Contigo, agazapada entre las rocas, me siento bien, mamá… Cuando has visto el océano en toda su extensión y sabes que lo único que te unirá a él es el rumor de las olas ya no quieres ser feliz, solo quieres encontrar paz, y aquí, en tu pequeña isla, la sensación es tan fuerte que durante unas horas puedo salir del mar agitado de la vida y regresar a la calma del útero materno, donde nada importa y nada duele.
Me hicieron daño y yo no hice nada, me porté bien, mamá.
Me hicieron daño y yo no hice nada, me porté bien, mamá.
Tus ojos claros, intensamente azules, se ensombrecen con una nube de añoranza por tu compañero perdido cuando miras de soslayo su sillón vacío. Es difícil no hablar de papá ahora que ha pasado un poco de tiempo y los recuerdos reconfortan más que duelen. Cuánto le costó marchar; había tenido una vida muy hermosa a tu lado. Murió la soleada mañana de Navidad del día del fin del mundo, según los mayas, todo un guiño a su sentido del humor. Siempre decía que cuando no hay elección y no queda más remedio, mejor hacer las cosas con una sonrisa. Volveré el próximo domingo, a saciarme de tu presencia al cobijo de una tarde pausada y a flotar a favor de corriente acurrucada en el sillón frente a ti, mamá.